(Pintura: “Dos partes” -2013- de Alain Martínez. Técnica mixta sobre lienzo. 30×20 cm. Expuesta en La bota rusa. Mayo 24-Junio 21, 2013. Casa de la Poesía del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau -Muralla No. 63, Entre Inquisidor y Oficio, Habana Vieja, La Habana-).
Aunque este artículo que les sugiero hoy (por recomendación de Alfredo Alonso Estenoz, que me alertó sobre su publicación), no está directamente relacionado con el tema de la Cuba soviética que tratamos en este espacio, sí sirve para apoyar la idea de que somos, también, lo que comemos. Mastering the Art of Soviet Cooking. A Memoir of Food and Longing, de Anya von Bremzen (New York: Crown, 2013), hace un recorrido por la cocina soviética y rusa a partir de las memorias de la infancia de la madre de la autora, de otros conocidos y familiares y de la suya propia, en Rusia, en la Unión Soviética y de nuevo en Rusia. El recuento comienza en la Rusia de la década de 1910 para terminar en la era postsoviética. El libro, que saldrá al mercado el 17 de septiembre próximo -apenas en unos 5 días más- tiene como antecedente otro de la misma autora: Please to the table. The Russian Cookbook (New York, Workman: 1990).
En Cuba no utilizábamos muchas recetas culinarias “made in USSR”, sino más bien los productos en conserva que nos llegaban desde 9550 km de distancia: las compotas (1), los pescados, las frutas, el arroz con pollo -aunque este creo que era húngaro, si la memoria no me falla-, los caramelos. En La Habana hubo, desde principios de los 70 y hasta que en los 80 se quemó, un restaurante llamado “Moscú” -situado en P entre 23 y Humbolt- donde podían degustarse platillos de origen eslavo. Hay, incluso, un documental cuyo marco narrativo establece un paralelo entre el nacimiento y fin del restaurante Moscú y las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética: Todo tiempo pasado (2008), de Zoe García Miranda. El crítico cubano de cine Dean Luis Reyes (2), en un artículo publicado en el 2010, ofrece un muy buen análisis del documental:
Todo tiempo pasado parte de una búsqueda sobre el cuerpo material del país para configurar su elogio del recuerdo como acto. De ahí que su relato se enhebre a partir de la ruina del célebre restaurante habanero Moscú, destruido en un incendio en torno a la misma época en que se derrumbaba el universo mítico en que estaba inspirado. Los realizadores del documental aprovechan el marco alegórico que tantas coincidencias prohíjan para explorar el prontuario de desapariciones que sufrió el mapa referencial del cubano. Y en vez de una queja más o menos audible, lo que articula es un repaso medianamente objetivo del pasado reciente para observar el presente con mayor conocimiento de causa. Más que un pase de cuenta, el grupo de jóvenes responsable de Todo tiempo pasado parece inventariar en todo caso los antecedentes de su mundo. (7)
La comida -o la falta de comida- constituyó, sobre todo en la década del 90, inmediatamente luego del fin de la Unión Soviética, una temática recurrente en la literatura cubana de fin de siglo. El hambre y la búsqueda de comida fueron ejes importantes sobre los cuales se volcó no solo la narrativa de ficción -Pedro Juan Gutiérrez y su Trilogía sucia de La Habana es un ejemplo- sino también el testimonio. En la compilación hecha por Arístides Vega Chapú, No hay que llorar (3) –que ganó en el 2009 el Premio Memoria que convoca el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau-, además del recuerdo directo de 35 autores (escritores, pintores, críticos, poetas), que narran las carencias de esos años desde la perspectiva personal de cada uno de ellos, hay un dato espeluznante: en los noventa, el consumo calórico de la población cubana cayó a su nivel histórico más bajo: apenas 40 kilocalorías y 48 gramos de proteína diaria por habitante (4). La relación del cubano con la alimentación pasa entonces también por la relación del país con la Unión Soviética, en este caso, por la ruptura de tales relaciones y el fin del subsidio -entre otros- alimenticio de la URSS hacia Cuba.
Notas:
(1) La poeta y crítica cubana Mabel Cuesta suele decir que nuestra generación (los nacidos en el período soviético cubano) somos los niños de las compotas rusas porque ese es el referente gustativo de la infancia de la comunidad sentimental soviético-cubana.
(2) Reyes, Dean Luis. “Arqueología de la nostalgia o de cómo aprendí a amar a Tío Stiopa”. La Gaceta de Cuba 1 (2010). Enero/febrero: 6-9.
(3) Vega Chapú, Arístides. No hay que llorar. La Habana: Ediciones La Memoria, 2010.
(4) Figueroa Albelo, Víctor. Economía política de la transición al socialismo. Experiencia cubana. Ciudad de La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 2009 (p. 390). (Citado por Vega Chapú. p. 5).
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