
Alicia Alonso y Maya Plisetskaya (imagen tomada de Cubaencuentro.com <http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/de-como-el-ballet-carmen-estuvo-a-punto-de-estremecer-a-la-amistad-cubano-sovietica-283740>
Con apenas unos pocos días de diferencia, he leído dos artículos sumamente interesantes -en realidad se trata de fragmentos de dos capítulos del libro La Ballerine & El Comandante L’Histoire secrète du ballet de Cuba, de Isis Wirth, que será publicado en breve por François Bourin Éditeur, en francés. Los extractos que han aparecido en Cubaencuentro, el 5 de abril pasado, De cómo el ballet “Carmen” estuvo a punto de estremecer a la “amistad cubano-soviética” y antes en Diario de Cuba, Alicia y las UMAP, el 31 de marzo del 2013, adelantan fragmentos de lo que será un libro muy atractivo, a la vez que polémico. El primero de ellos, el de “Alicia y las UMAP” lo he leído apenas recientemente, y viene muy a tono con una investigación que acaba de publicar Manuel Zayas también en Diario de Cuba, titulada “Sin rostro ni obituario: los muertos de las UMAP“, ayer 6 de mayo. En ambos casos, desde perspectivas diferentes, Wirth y Zayas hacen un recuento, a partir de los recuerdos de algunos testigos, del real significado de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, ese -como muchos otros- capítulo de la historia reciente de Cuba que tiene que ser desclasificado e investigado todavía. En el caso de Wirth, rescata para la memoria histórica de la nación cubana los esfuerzos de Alicia Alonso no ya como líder indiscutible de la escuela cubana de ballet, sino como protectora de sus bailarines, a muchos de los cuales evitó llegar hasta las UMAP. Zayas, por su parte, recupera el recuerdo de un joven que con apenas 18 años fue ejecutado por haberse fugado del campamento de las UMAP donde lo habían recluido. Aquí les dejo ambos links para que lean dos documentos importantes para la reescritura de nuestra historia nacional.
Sin embargo, por el tema al que se dedica este sitio web, me interesa prestar un poco más de atención al capítulo de Wirth dedicado a la rivalidad entre dos estrellas del ballet: Alicia Alonso y Maya Plisétskaya. Detrás de estas hostilidades entre dos divas, sin embargo, es posible vislumbrar entresijos de una relación entre dos países que, pese a las declaraciones públicas de amistad eterna y de hermandad en la construcción del socialismo, pasó por momentos complicados. Para 1966, fecha en la cual Alberto Alonso visitó Moscú y la Plisétskaya le pidió que le montara Carmen, Cuba y la entonces URSS habían pasado por al menos un par de momentos álgidos: a la Crisis de Octubre en 1962 le siguió el fiasco de la película Soy Cuba que filmara en 1964 Mikhail Kalatozov. Ni la visita de Fidel Castro a la URSS en 1963 -la más extensa de un presidente a ese país; la más permisible, también: a Fidel Castro se le permitió visitar lugares estratégicos de defensa e incluso, entrar a un submarino nuclear soviético- logró limar las asperezas en todas las esferas. En el caso del ballet, según Wirth “el nacionalismo coreográfico soviético no estaba dispuesto a dar cabida a la menor influencia extranjera” y la solicitud de bailar Carmen, dirigida por un cubano, no gozó de muchas simpatías. Sin embargo, la persistencia de Plisétskaya logró que finalmente, el 20 de abril de 1967, el ballet se estrenara en el Teatro Bolshoi. La segunda función fue cancelada: el vestuario era considerado indecente, los movimientos “extranjeros”. Para volver a escena, tuvieron que hacer las modificaciones exigidas por los censores soviéticos, y aun así, les fue prohibido salir con la obra a Canadá. Las restricciones para viajar con el ballet Carmen no fueron levantadas sino hasta 1968. En Cuba, Alicia Alonso no podía permitir el triunfo de la bailarina soviética y le pidió a su cuñado una versión de Carmen especialmente escrita para ella, y la estrenó en el mismo año 1967. Lo irónico era que la pareja de baile de Alicia Alonso era precisamente el hermano de Maya Plisétskaya, según nos cuenta Wirth en su capítulo.
Los desencuentros culturales entre Cuba y la URSS, o entre sus artistas, de los que nos da cuenta Wirth en esta entrega, vienen a añadir matices nuevos a las relaciones entre los dos países, otrora aliados ideológicos a los que, sin embargo, separaban no solo los 9550 km de distancia entre sus capitales sino también formas de entender y ver el mundo. De algún modo, esas diferencias lograron establecer cierto equilibrio que hasta hoy son materia artística y crítica para hablar de la nación cubana.